10/27/2004

Recuerde, la unidad le vale cien los cuatro en trescientos

Conspicuo usuario de este servicio de transporte urbano:

Déjeme extenderle un saludo, preámbulo de este discurso gastado ya, entenderá usted que mi precaria situación me obliga a incomodarle, sin embargo, espero que no lo tome como una afrenta y por lo tanto habrá usted de perdonar el oprobio al cual lo someto.

Este día, el azar así lo dispone, he llegado a este proscenio de ruedas, bancas, personas algunas veces risueñas y otras tantas aburridas, cantos de voces andróginas y un motor cuyo ronroneo comienza a la 4 y 30 de la mañana en los suburbios ubicados en la alta montaña de esta ciudad, vistiéndome de un ser cuyo destino ha sido trazado con felonía, y me dispongo a publicitar esta pequeña confitura, cuyo costo nimio es de 100 pesos. Supongo que usted desea una baratija y por lo tanto, así no le sorprenda, pensé en su mezquindad y le ofrezco dos pares por 300 pesos.

Las mujeres, los hombres, o su conjunto si así lo diponen, cuyos corazones aún no hayan sido manchados con la pusilánime forma por la cual el protervo devenir nos educa, y que además sean poseedores de buenas maneras y mañas, y junto a esto, como si fuera poco, deseen hacer menos aciaga mi existencia, serán merecedores de este trueque: Intercederé por ustedes ante el Demiurgo para que las ganancias que me han prometido en el cielo le sean entregadas a usted en la tierra. Así lo habré de hacer.

Tenga usted presente no ensuciar el piso de esta caja metálica con el polímero con el cual está envuelto este adminículo dulzón y de disfrute, el eximio conductor, aquel sentado en su solio de volante y poltrona multicolor en la parte delantera, permitirá nuevamente que yo, un discursista consumado, haga gala de gazmoños para que usted se compadezca, y compre el carbohidrato que le ofrezco.