10/17/2004

Pequeño recuerdo de un paseo por los reinos de Aurelio Arturo

Y vea: Usted camina y sus pasos se pierden en sonidos de piedritas gregarias aplastadas. Ve usted casitas humeantes habitadas casi totalmente por niños de mejillas rosadas y perros famélicos. Prodigio maravilloso: Siente frío pero no le molesta, el verde es de todos los colores y se dirige, cosa segura y maravillosa, a una laguna taciturna en un páramo de sonidos de sapos y ranas fantasma. Ve una casa viejísima casi a la orilla, enmohecida, oscura, tétrica y decide tomar una foto, captura un recuerdo y ojalá la sonrisa de una bruja antiquísima, pero la magia ha cedido terreno a la humedad y a las obcecadas hierbas que se asoman lánguida y tímidamente por entre las pocas tablas del suelo y su compañera de caminar parece una niña, saca dulces de su bolsa mágica y come usted y se siente tranquilo, y ve como en el vahído de su respiración parece írsele el alma de a poquitos para volver purísima en la inhalación subsiguiente. Un café caliente le aderezaría a usted el momento, ese cafecito que de niño se tomaba en la casa de los abuelos y que ahora no existe, la receta ya no se puede repetir porque los ingredientes y la combinación es imposible de lograr, bien lo sabe usted. Cn o sin el café usted busca la cascada de los duendes, la columbra y no ve a los duendes pero usted ve el agua blanca, como leche, parece usted parado y a lo lejos frente un turgente seno de la madre tierra. Ahora bien, suspira y sabe usted que está cerca de la boca de un volcán, fuego y agua, piensa, y ve la laguna taciturna y verde oliva mientras su compañera de caminar, cavilando quizá en la forma en la que usted lo hace, recuerda el nombre del volcán y le pregunta la dirección de la boca. Señala usted bien, déjeme decirle, extiende el dedo y el brazo y las nubes tapan la loma, apunta bien pero su compañera no le cree.

De regreso a casa pierde usted la vista y le pide ayuda a su compañera de viaje y ella gustosa ayuda: Presta su brazo lazarillo pero sus ojos también pierden poder y ganan nerviosismo, y siente usted el sonido de las piedritas gregarias al aplastarse y ya las casas son luces pequeñísimas sobre un tablero negro, eso es lo que usted presume, y eso es lo que en realidad se convierte la noche en esas zonas donde el verde, cuando usted puede verlo, es de todos los colores.